Ayer salí con mi gran amiga Laura. Queríamos ir al cine, así que elegimos un cine, una peli y ¡listo! El cine es mi preferido, la peli fue un thriller español (muy buena, expresión que no es común en mí para referirme a una película de este género), comida chatarra, helado y muchas risas y sonrisas compartidas.
Salimos del cine emocionadas por la noche que habíamos pasado, decididas a volver cada una a su casa, cuando observamos que la vereda estaba cubierta de gotas de agua. ¿Había llovido? ¿Estaba por llover? ¿Iba a seguir lloviendo? Me atreví a responder que era algo pasajero, cosa del pasado... ¡Ingenua! A los pocos minutos vimos los relámpagos a lo lejos, iluminando el cielo de la madrugada porteña. Y la lluvia no se hizo esperar, peeeeeero era lluvia que no mojaba. ¡¿Cómo puede ser que semejantes gotas gordas no mojen?! Caminamos unas cuadras más y el clima decidió que era hora que dejáramos de decir pavadas.
Llovió, sí, y nos mojamos, sí, mucho. El viento haciá que sobre la avenida aparecieran olas dibujadas sobre el asfalto. Los taxis no paraban, el colectivo no venía. Cuando parecía que disminuía la fuerza de la tormenta y a mí se me ocurría mencionarlo (grave error, lo sé) el viento se ensañaba más y más con mi pollera violeta.
Finalmente fue Lau quien me hizo ver que era mejor hablar de nuestras tantas experiencias cinematográficas. Compartimos un festival de cine y esperamos compartir varios más, somos cinéfilas, ¿qué le vamos a hacer? Tuvimos material entretenido de conversación hasta que Don Clima o Doña Naturaleza o, simplemente, la Señorita Tormenta se dignó a fastidiar a otro grupo de amigos que anduviesen burlándose de su ciclotimia.
Difinitivamente tengo que aprender a mantener mi boca callada. Sólo resta esperar que no le moleste que escriba al respecto.